viernes, 8 de junio de 2012

LA “DEMOCRATIZACIÓN” DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA DEFENSA DE LA VERDAD


“No hay mentiras grandes o pequeñas, sólo hay mentiras;
y el que miente, miente en toda la extensión de la mentira”
“La verdad es toda, no una parte de ella”
 Víctor Hugo

A raíz de las campañas electorales de los candidatos a la Presidencia de la República y de las nuevas condiciones generadas por los avances tecnológicos en materia de comunicación, que le han abierto un verdadero universo de posibilidades de comunicación a todo el que se dé cuenta de ello y aprenda tan sólo un poco el manejo de una computadora, se ha desatado una marejada de opiniones en mensajes, twitts, carteles y videos de la más diversa calidad gráfica, lingüística, estética y moral a favor o, sobre todo, en contra de uno u otro candidato. Estos dos factores (las campañas electorales y la posibilidad real de decir todo lo que uno quiera en el espacio virtual) han generado en las llamadas redes sociales sitios cuyo único contenido es el mencionado arriba y el intento de estructurar un movimiento estudiantil, sin aparente causa al principio (además de la de impedir que Peña Nieto ganase las elecciones), y luego en torno a la demanda de “democratizar” los medios de comunicación.
Debo decir antes que nada que me identifico con quienes han aplaudido el movimiento estudiantil como una bocanada de aire fresco ante el aletargamiento del mismo durante años, el vacío criminal de parte de los activistas sociales en el terreno de la lucha estudiantil y el sarro, la costra de enajenamiento trivial que cubre los ojos y oídos del grueso de los jóvenes, estudiantes o no, que ha marcado durante décadas la actitud de este sector. Realmente desearía que se convirtiera en un fuerte y bien orquestado movimiento estudiantil nacional en defensa de los intereses del pueblo. Pero tengo fundadas razones para considerar una exageración irresponsable ver en este movimiento, como está actualmente, evidentemente coyuntural y limitado, el “renacer del movimiento estudiantil”, “el nacimiento de la generación del cambio” y lambisconeadas por el estilo que solo pretenden ganarse de modo muy barato la simpatía de los jóvenes; mucho hay que decir con lo que ha pasado hasta el momento y mucho más está por verse, pero ya habrá otras oportunidades. Me interesa ahora dar mi modesta opinión con respecto a la consigna en torno a la cual se ha forjado este movimiento: democratizar los medios de comunicación.
El fundamento de la demanda es real; nadie ignora que los medios de comunicación, sus contenidos y formas y todo lo que gira en torno ellos responde a un  interés de la empresa a que representan o a tal grupo de poder. Mucho se ha dicho en mejores y más científicos términos para denunciar el poder avasallador de los medios y la indefensión casi absoluta del público, sobre todo de las clases trabajadoras que no tienen poder económico ni político, ante el bombardeo de la falsa información y la manipulación que se transmite todas las horas y por todos los canales en dichos medios, sobre todo en la televisión. Los medios de comunicación, en manos de los grandes magnates, concentradores de la gran parte de la riqueza que producimos todos los trabajadores, actúan, como no podía ser de otro modo, para defender los intereses de su clase y mantener al pueblo sedado (más que entretenido) con las más insultantes trivialidades y lo reducen a una masa amorfa más interesada en saber los chismes de las vidas ajenas y lo que sucederá en el siguiente capítulo de su telenovela favorita o en el partido de futbol, que preocuparse por saber cómo avanza la economía y que hacen  los actores con el poder para hacerlo para corregir el rumbo. También es cierto que un pueblo bien informado es un pueblo que no se deja manipular; la inteligencia y las virtudes de los pobres, tales como la fraternidad, el sacrificio y la lealtad a una causa (virtudes que no se pueden dar entre las clases acomodadas o se presentan entre ellas sólo por accidente) unidas a una información y una cultura que sólo pueden obtener de fuera, convierten a la gente sencilla en una persona que no sólo no se deja manipular sino en un agente de la transformación hacia adelante. Eso lo saben las clases poderosas y no lo van a permitir.
Precisamente por eso la consigna de democratizar los medios de comunicación, aunque suene muy bonito, es un verdadero dislate sin futuro, y una apantalladora utopía. Vivimos en una sociedad dividida en clases cuyos intereses no sólo son contradictorios sino totalmente opuestos. Dada la contradicción, es inevitable que una clase domine a la otra, la someta, y ese sometimiento es, sobre todo, económico: todo el sistema está estructurado infaliblemente para hacer muy ricos a unos cuantos a costa de la miseria de la gran mayoría. Esta estructura económica se complementa con la, así denominada por los entendidos del tema, superestructura social que incluye educación, leyes, cultura, instituciones, moral, etc., y, destacadamente, los medios de comunicación; superestructura que se encarga de hacer que domine la ideología de la clase dominante. El control, el sometimiento ideológico de los poderosos sobre el pueblo trabajador es condición misma de existencia del sistema en su conjunto. ¿Cómo entender que la inmensa mayoría del pueblo sometido a la más escandalosa explotación y miseria, siendo un gigante frente al cual las clases dueñas del dinero representan una minoría insignificante numéricamente, sufra estoicamente esta situación y no se levante para transformar al país y reclamar una mejor vida? ¿Es acaso un pueblo cobarde o inútil, incapaz de cualquier acción que pueda marcar la historia? No. Todos sabemos que la historia la han hecho las masas con su acción. El pueblo no sólo no es incapaz de transformar la historia, es el único capaz de hacerlo, él lo ha hecho.
La explicación es otra: El pueblo mexicano actualmente no tiene conciencia de esta situación ni de lo que debe y puede hacer para cambiarla, y no la tiene no por bruto o falto de capacidad, sino porque lo tiene adormecido todo el fárrago de la ideología de la clase dominante que es posible gracias al poder de sometimiento que tiene sobre su conciencia la educación, las leyes, la “cultura”, la moral y los medios de comunicación de la clase dominante. Los medios de comunicación, en este contexto, nunca van a ser democráticos. Si queremos que los medios de comunicación estén en poder del pueblo (así podría yo entender eso de la democratización de los medios de comunicación), entonces lo que se tiene que hacer es que el pueblo tome el poder económico del país, destruya todo vestigio del actual sistema económico que lo subyuga y, sobre sus ruinas, construya una nuevo modelo económico que defienda sus intereses como clase trabajadora, con su propia superestructura social que incluiría medios de comunicación en poder del pueblo. Lo demás, es demagogia barata y mal intencionada o una ingenuidad sin futuro y perniciosa por que juega con los sueños, con los deseos más profundos de la gente que no sabe qué hacer, pero quiere hacer algo.
¿Que planteada así la democratización de los medios está muy lejos o también es un sueño imposible? ¿Que se debe hacer algo ya, en este mismo sistema, para luchar contra el poder avasallador de los medios de comunicación? Sí, pero no lo que se nos ha querido vender como el eje en torno al cual, supuestamente, gira el actual movimiento estudiantil, “apartidista, pero no apolítico” y que, lo digo con sinceridad, yo no he visto que se manifieste sino como un ariete bastante metido en la campaña electoral (lo que no es malo; al contrario, meterse en la política es lo que le hace falta al estudiantado, y por eso, no se deben avergonzar de ello). La demanda está, pues, si no la queremos descalificar, mal formulada. ¿Qué es lo que sí se puede y se debe hacer contra el poder avasallador de los medios de comunicación? La defensa de la verdad. No es el derecho a la información o el empoderamiento del pueblo a través de la información, sea lo que eso quiera decir, ni la apertura del duopolio televisivo a la competencia, sino tomar en nuestras manos y con lo que tenemos a nuestro alcance la defensa valiente de la verdad. ¿Cuál verdad? Toda, no la que nos interesa o la que nos conviene. Y esto es precisamente lo que no se hace o muy pocos hacen. Ahora que tenemos (en primera persona y en plural) a nuestro alcance el “ciberespacio”, ese inacabable terreno en el que podemos decir lo que sea sin que nadie sino nuestra conciencia nos ponga taxativas ¿Qué sucede? Con las honrosas excepciones, todo lo contrario. No se ve o se ve poca información veraz, documentada y responsable que tienda a abrir los ojos al pueblo y a despertar en él los mejores valores del ser humano y le forje una conciencia “democrática” (¡a otro hueso con ese perro!), ya no digamos de clase.
Lo que vemos por torrentes interminables e inabarcables es la injuria, el insulto, la intriga desvergonzada, la inescrupulosa invención de las más degradantes mentiras (degradantes para el inventor y no para el difamado), el terror mediático que avasalla (al más puro estilo burgués) a los modestos intentos de disentir de sus afirmaciones y la manipulación de los más bajos instintos de la juventud, tales como la irresponsabilidad (la irreverencia no es rebeldía), la injuria (ser lépero no es ser crítico), la deshonestidad (no importa con cuantos adornos de “creatividad cultural” se vista), la cobardía (poder decir lo que queramos en las redes no nos hace valientes) y la superficialidad (que destaca, absolutiza y explota, peor aún que las televisoras, aspectos poco importantes de las personas tales como su atractivo o su falta de atractivo físico o su sexo). Repito, hay honrosas excepciones y muy notables, pero son demasiado pocas y eso es lo que hay que corregir. La volteariana libertad de expresión no es suficiente. Ese es apenas el medio para la verdadera lucha que aún se debe de emprender y que debemos emprender jóvenes y no tan jóvenes: la defensa de la verdad, como lo hubiera defendido Don Quijote, con todos los medios y armas que tengamos a nuestro alcance y a costa de lo que sea.

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