Abel Pérez Zamoranowww.facebook.com/abelperezz
Nuevamente suenan los tambores de guerra en Estados Unidos. El gobierno de Barak Obama se apresta a lanzar una invasión sobre Siria, y el Congreso podría dar su anuencia esta misma semana. Y esto ocurre en una sociedad que se llama a sí misma civilizada, que pregona la democracia y se envuelve en una retórica de tolerancia y pluralismo. A manera de justificación, el gobierno de Obama, atropellando las más elementales normas del derecho, y no habiendo podido obtener en su momento el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, ha fabricado “sus” propias pruebas, consistentes en fotos y videos donde, sí, se ven escenas espeluznantes, con muchos muertos, niños buena parte de ellos, al parecer por uso de gas sarín; un aterrador espectáculo que no puede menos que mover a profunda indignación. Y empleando su formidable poder mediático, Estados Unidos ha bombardeado hasta la náusea a la opinión pública mundial, para convencerla de que invade Siria movido sólo por su espíritu justiciero, para detener a Bachar al-Assad e impedir que siga asesinando a ciudadanos inermes. He aquí de nuevo el manido discurso de Washington para justificar sus guerras.
Pero analizando las cosas con calma, salta a la vista la inconsistencia de este argumento: las imágenes sólo muestran el resultado de una barbarie, pero de ninguna manera acreditan su autoría; sencillamente no prueban quién la cometió. Y no hace falta ser un consumado estratega, sino usar la lógica más elemental para preguntarse: ¿a quién convenía políticamente la muerte de todos esos civiles? Para Bachar al-Assad, acusado y acosado por Estados Unidos y Europa, hubiera sido una soberana estupidez incurrir en semejante crimen; era darse un tiro en un pie al ofrecer en bandeja de plata el pretexto ideal que tan afanosamente Washington ha estado buscando para invadir, pues se exhibía así el régimen sirio como genocida y, por lo tanto, merecedor de una intervención militar enérgica y absolutamente justificada, contando, ahora sí, con el aval de la ONU y el aplauso mundial. Internamente, el hecho beneficia a los adversarios de al-Assad, a los mercenarios contratados y armados desde el exterior, que podrán recibir el tan ansiado apoyo externo, el oxígeno que necesitaban, pues todo mundo sabe que están perdiendo la guerra; si hubieran estado ganando, Estados Unidos no se vería obligado a pagar el costo político de invadir; bastaría con seguirlos apoyando.
Por otra parte, la historia exhibe la falsedad de estas justificaciones usadas ya antes para invadir a países débiles, y que por falta de educación política encuentran siempre mentes crédulas que las den por buenas. Para invadir Iraq, George W. Bush arguyó que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva que ponían en riesgo a la población iraquí –particularmente a los kurdos–, a los países vecinos y al mundo entero. Con ese argumento, el ejército americano invadió Iraq; y según estudios de la prestigiosa revista médica The Lancet y de la Universidad Johns Hopkins (reportados en el sitio Iraqsolidaridad), hasta julio de 2006 había causado la muerte de al menos 600 mil civiles; un verdadero genocidio. ¿Y qué pasó con las armas de destrucción masiva? Nunca se encontraron. Pero Iraq es sólo la última de una histórica serie de invasiones perpetradas por los Estados Unidos; he aquí a título de ejemplo algunas de las más recientes, casi todas ellas con el mismo pretexto: Libia, bombardeos en 1989 e invasión en 2011; Iraq, en 1991, 1998 y 2003; Afganistán, en 1998 y 2001; Yugoslavia (1992-94) y 1999; Sudán, bombardeo en 1998; Kuwait en 1991; Panamá en 1989; Irán, bombardeos en 1987; Granada en 1983; Líbano, bombardeo en 1982, etc.
En el caso particular, lo que realmente busca Estados Unidos es apropiarse de las enormes reservas de gas sirias, de las más grandes del mundo, un objetivo de alcances insospechados, pues debido al agotamiento de las reservas petroleras, el gas pasará a convertirse en la fuente energética del futuro, un recurso estratégico cuyo control será factor decisivo de influencia en la economía y la política globales, tan importante como lo es hoy el petróleo. En este contexto, el detonante ha sido que Rusia está cerca de ganar la partida por el mercado del gas en Europa, mediante dos gasoductos: uno llamado North Stream, que conecta con Alemania por el mar Báltico, y otro llamado South Stream, que por el mar Negro conectará con Bulgaria, para, de ahí, por otros ramales, cubrir todo el sur de Europa; esta gigantesca infraestructura, en la cual participa Siria, ha desplazado al proyecto norteamericano llamado Nabucco, en sociedad con Turquía, aún no construido. Así pues, no es el espíritu “justiciero”, sino la guerra por el gas lo que motiva la invasión.
Adicionalmente, Estados Unidos busca abrir mercados a su producción industrial que no halla dónde colocar. Desde el año 2007 su economía sufre un estancamiento que va tornándose crónico, y como remedio se recurre a las guerras, sabiendo que actúan como catalizadores económicos creando mercado a la poderosa industria armamentista, pero principalmente mediante el perverso juego de destruir instalaciones civiles para, una vez ocupado el país, hacer el gran negocio con su reconstrucción. La crisis de Estados Unidos no es un mal menor, pues pone en riesgo su supremacía económica mundial, amenazada ya por China, y, aunque de lejos, por al ascenso lento pero sostenido de Rusia, primer productor mundial de gas. Siria es aliada de ambas potencias, y por su ubicación ofrece ventajas estratégicas, como la salida al Mediterráneo oriental. Por otra parte, Estados Unidos necesita reforzar su presencia regional más allá de Israel, para también cercar a Irán quitándole el aliado sirio.
Finalmente, el contexto geopolítico también exhibe la incongruencia del argumento para invadir Siria, a cuyo gobierno, se dice, debe aplicarse ejemplar castigo por sus atrocidades; pero en burdo contaste, se sigue una política de absoluta tolerancia para con los aliados de Washington en la región. En Egipto, hace apenas unos días, más de mil civiles inermes fueron asesinados por el gobierno militar, y éste sigue ahí tan campante; en numerosas ocasiones Israel ha bombardeado a países vecinos y violado derechos humanos fundamentales de los palestinos en Gaza y Cisjordania, hechos sobradamente documentados y que han sido objeto de reiterados acuerdos condenatorios de la ONU, pero que no han pasado más allá de la retórica; el gobierno de Arabia Saudita, archiconocido por su sistemática violación de los derechos humanos, sobre todo de las mujeres, no ha merecido siquiera un tibio cuestionamiento. Todo este cuadro, pues, nos lleva a concluir que es falso el argumento esgrimido para invadir Siria, y nos confirma, una vez más, que en la política y en las relaciones entre países no imperan el derecho, la razón ni la justicia, sino la ley del más fuerte.
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