“No hay mentiras grandes o
pequeñas, sólo hay mentiras;
y el que miente, miente en
toda la extensión de la mentira”
“La verdad es toda, no una parte
de ella”
Víctor Hugo
A raíz de las
campañas electorales de los candidatos a la Presidencia de la República y de
las nuevas condiciones generadas por los avances tecnológicos en materia de
comunicación, que le han abierto un verdadero universo de posibilidades de
comunicación a todo el que se dé cuenta de ello y aprenda tan sólo un poco el
manejo de una computadora, se ha desatado una marejada de opiniones en mensajes,
twitts, carteles y videos de la más diversa calidad gráfica, lingüística,
estética y moral a favor o, sobre todo, en contra de uno u otro candidato.
Estos dos factores (las campañas electorales y la posibilidad real de decir
todo lo que uno quiera en el espacio virtual) han generado en las llamadas
redes sociales sitios cuyo único contenido es el mencionado arriba y el intento
de estructurar un movimiento estudiantil,
sin aparente causa al principio (además de la de impedir que Peña Nieto ganase las
elecciones), y luego en torno a la
demanda de “democratizar” los medios de comunicación.
Debo decir antes
que nada que me identifico con quienes han aplaudido el movimiento estudiantil
como una bocanada de aire fresco ante el aletargamiento del mismo durante años,
el vacío criminal de parte de los activistas sociales en el terreno de la lucha
estudiantil y el sarro, la costra de enajenamiento trivial que cubre los ojos y
oídos del grueso de los jóvenes, estudiantes o no, que ha marcado durante
décadas la actitud de este sector. Realmente desearía que se convirtiera en un
fuerte y bien orquestado movimiento estudiantil nacional en defensa de los
intereses del pueblo. Pero tengo fundadas razones para considerar una
exageración irresponsable ver en este movimiento, como está actualmente, evidentemente
coyuntural y limitado, el “renacer del movimiento estudiantil”, “el nacimiento
de la generación del cambio” y lambisconeadas por el estilo que solo pretenden
ganarse de modo muy barato la simpatía de los jóvenes; mucho hay que decir con
lo que ha pasado hasta el momento y mucho más está por verse, pero ya habrá
otras oportunidades. Me interesa ahora dar mi modesta opinión con respecto a la
consigna en torno a la cual se ha forjado este movimiento: democratizar los
medios de comunicación.
El fundamento de
la demanda es real; nadie ignora que los medios de comunicación, sus contenidos
y formas y todo lo que gira en torno ellos responde a un interés de la empresa a que representan o a
tal grupo de poder. Mucho se ha dicho en mejores y más científicos términos
para denunciar el poder avasallador de los medios y la indefensión casi
absoluta del público, sobre todo de las clases trabajadoras que no tienen poder
económico ni político, ante el bombardeo de la falsa información y la
manipulación que se transmite todas las horas y por todos los canales en dichos
medios, sobre todo en la televisión. Los medios de comunicación, en manos de
los grandes magnates, concentradores de la gran parte de la riqueza que
producimos todos los trabajadores, actúan, como no podía ser de otro modo, para
defender los intereses de su clase y mantener al pueblo sedado (más que
entretenido) con las más insultantes trivialidades y lo reducen a una masa
amorfa más interesada en saber los chismes de las vidas ajenas y lo que
sucederá en el siguiente capítulo de su telenovela favorita o en el partido de
futbol, que preocuparse por saber cómo avanza la economía y que hacen los actores con el poder para hacerlo para
corregir el rumbo. También es cierto que un pueblo bien informado es un pueblo
que no se deja manipular; la inteligencia y las virtudes de los pobres, tales
como la fraternidad, el sacrificio y la lealtad a una causa (virtudes que no se
pueden dar entre las clases acomodadas o se presentan entre ellas sólo por
accidente) unidas a una información y una cultura que sólo pueden obtener de
fuera, convierten a la gente sencilla en una persona que no sólo no se deja
manipular sino en un agente de la transformación hacia adelante. Eso lo saben
las clases poderosas y no lo van a permitir.
Precisamente por
eso la consigna de democratizar los medios de comunicación, aunque suene muy
bonito, es un verdadero dislate sin futuro, y una apantalladora utopía. Vivimos
en una sociedad dividida en clases cuyos intereses no sólo son contradictorios
sino totalmente opuestos. Dada la contradicción, es inevitable que una clase
domine a la otra, la someta, y ese sometimiento es, sobre todo, económico: todo
el sistema está estructurado infaliblemente para hacer muy ricos a unos cuantos
a costa de la miseria de la gran mayoría. Esta estructura económica se
complementa con la, así denominada por los entendidos del tema, superestructura
social que incluye educación, leyes, cultura, instituciones, moral, etc., y,
destacadamente, los medios de comunicación; superestructura que se encarga de
hacer que domine la ideología de la clase dominante. El control, el
sometimiento ideológico de los poderosos sobre el pueblo trabajador es
condición misma de existencia del sistema en su conjunto. ¿Cómo entender que la
inmensa mayoría del pueblo sometido a la más escandalosa explotación y miseria,
siendo un gigante frente al cual las clases dueñas del dinero representan una
minoría insignificante numéricamente, sufra estoicamente esta situación y no se
levante para transformar al país y reclamar una mejor vida? ¿Es acaso un pueblo
cobarde o inútil, incapaz de cualquier acción que pueda marcar la historia? No.
Todos sabemos que la historia la han hecho las masas con su acción. El pueblo
no sólo no es incapaz de transformar la historia, es el único capaz de hacerlo,
él lo ha hecho.
La explicación
es otra: El pueblo mexicano actualmente no tiene conciencia de esta situación
ni de lo que debe y puede hacer para cambiarla, y no la tiene no por bruto o
falto de capacidad, sino porque lo tiene adormecido todo el fárrago de la
ideología de la clase dominante que es posible gracias al poder de sometimiento
que tiene sobre su conciencia la educación, las leyes, la “cultura”, la moral y
los medios de comunicación de la clase dominante. Los medios de comunicación,
en este contexto, nunca van a ser democráticos. Si queremos que los medios de
comunicación estén en poder del pueblo (así podría yo entender eso de la
democratización de los medios de comunicación), entonces lo que se tiene que
hacer es que el pueblo tome el poder económico del país, destruya todo vestigio
del actual sistema económico que lo subyuga y, sobre sus ruinas, construya una nuevo
modelo económico que defienda sus intereses como clase trabajadora, con su
propia superestructura social que incluiría medios de comunicación en poder del
pueblo. Lo demás, es demagogia barata y mal intencionada o una ingenuidad sin
futuro y perniciosa por que juega con los sueños, con los deseos más profundos
de la gente que no sabe qué hacer, pero quiere hacer algo.
¿Que planteada
así la democratización de los medios está muy lejos o también es un sueño
imposible? ¿Que se debe hacer algo ya, en este mismo sistema, para luchar
contra el poder avasallador de los medios de comunicación? Sí, pero no lo que
se nos ha querido vender como el eje en torno al cual, supuestamente, gira el
actual movimiento estudiantil, “apartidista, pero no apolítico” y que, lo digo
con sinceridad, yo no he visto que se manifieste sino como un ariete bastante
metido en la campaña electoral (lo que no es malo; al contrario, meterse en la
política es lo que le hace falta al estudiantado, y por eso, no se deben
avergonzar de ello). La demanda está, pues, si no la queremos descalificar, mal
formulada. ¿Qué es lo que sí se puede y se debe hacer contra el poder
avasallador de los medios de comunicación? La defensa de la verdad. No es el
derecho a la información o el empoderamiento del pueblo a través de la
información, sea lo que eso quiera decir, ni la apertura del duopolio televisivo
a la competencia, sino tomar en nuestras manos y con lo que tenemos a nuestro
alcance la defensa valiente de la verdad. ¿Cuál verdad? Toda, no la que nos
interesa o la que nos conviene. Y esto es precisamente lo que no se hace o muy
pocos hacen. Ahora que tenemos (en primera persona y en plural) a nuestro
alcance el “ciberespacio”, ese inacabable terreno en el que podemos decir lo
que sea sin que nadie sino nuestra conciencia nos ponga taxativas ¿Qué sucede?
Con las honrosas excepciones, todo lo contrario. No se ve o se ve poca
información veraz, documentada y responsable que tienda a abrir los ojos al
pueblo y a despertar en él los mejores valores del ser humano y le forje una
conciencia “democrática” (¡a otro hueso con ese perro!), ya no digamos de clase.
Lo que vemos por
torrentes interminables e inabarcables es la injuria, el insulto, la intriga
desvergonzada, la inescrupulosa invención de las más degradantes mentiras
(degradantes para el inventor y no para el difamado), el terror mediático que
avasalla (al más puro estilo burgués) a los modestos intentos de disentir de
sus afirmaciones y la manipulación de los más bajos instintos de la juventud,
tales como la irresponsabilidad (la irreverencia no es rebeldía), la injuria
(ser lépero no es ser crítico), la deshonestidad (no importa con cuantos
adornos de “creatividad cultural” se vista), la cobardía (poder decir lo que
queramos en las redes no nos hace valientes) y la superficialidad (que destaca,
absolutiza y explota, peor aún que las televisoras, aspectos poco importantes
de las personas tales como su atractivo o su falta de atractivo físico o su
sexo). Repito, hay honrosas excepciones y muy notables, pero son demasiado
pocas y eso es lo que hay que corregir. La volteariana libertad de expresión no
es suficiente. Ese es apenas el medio para la verdadera lucha que aún se debe
de emprender y que debemos emprender jóvenes y no tan jóvenes: la defensa de la
verdad, como lo hubiera defendido Don Quijote, con todos los medios y armas que
tengamos a nuestro alcance y a costa de lo que sea.
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