MONOPOLIO DEL TRANSPORTE, ATENTA CONTRA LA ECONOMÍA POPULAR
Abel Pérez Zamorano
Ha venido atrayendo la atención pública el conflicto del
transporte en Zumpango y municipios aledaños del Estado de México,
protagonizado principalmente por el llamado “zar del transporte”, Axel García
Aguilera, y de otra parte, pequeños grupos de transportistas independientes, que
intentan participar en esa actividad para ganarse honestamente la vida. El de
García Aguilera es un poderoso monopolio, que le ha permitido ser presidente
municipal y subprocurador general de Justicia estatal. Los trabajadores del
volante que necesitan y desean trabajar en la región han hecho saber que el
señor García domina las rutas regionales, pues posee, personalmente, cinco mil
unidades de transporte, entre combis, microbuses y autobuses urbanos, que, sumados
a los de grupos agremiados, llegan más o menos a diez mil. Y como todomonopolio, defiende su coto con barreras a la entrada, aunque en este caso, de
lo más singulares, civilizadas y modernas, como, por ejemplo, darle de tiros a
los choferes que se atreven a independizarse; otro sofisticado recurso de
competitividad es: prenderle fuego a las unidades de los insumisos; en fin,
siguen diciendo sus víctimas, se distingue por el uso de tecnología de punta,
propia de empresas globalizadas: sacar a punta de garrotazos a sus competidores.
Todo esto a ciencia y paciencia del gobierno del Estado de México,
sospechosamente tolerante.
Jurídicamente, constituye un monopolio “… el control del
mercado por una persona física o persona moral o grupo de personas que operan y
controlan los precios de los bienes o servicios en su beneficio”. En México, la
ley los prohíbe; a la letra, la Constitución dice: “Artículo 28. En los Estados Unidos Mexicanos quedan prohibidos los
monopolios, las prácticas monopólicas, los estancos y las exenciones de
impuestos en los términos y condiciones que fijan las leyes […]. En consecuencia, la ley castigará
severamente, y las autoridades perseguirán con eficacia, toda concentración o
acaparamiento en una o pocas manos de artículos de consumo necesario y que
tenga por objeto obtener el alza de los precios; todo acuerdo, procedimiento o
combinación de los productores, industriales, comerciantes o empresarios de
servicios, que de cualquier manera hagan, para evitar la libre concurrencia o
la competencia entre sí y obligar a los consumidores a pagar precios exagerados
y, en general, todo lo que constituya
una ventaja exclusiva indebida a favor de una o varias personas determinadas y
con perjuicio del público en general o de alguna clase social (negritas
añadidas, APZ) […] No constituirán
monopolios las funciones que el Estado ejerza de manera exclusiva en las
siguientes áreas estratégicas: correos, telégrafos, radiotelegrafía; petróleos
y los demás hidrocarburos; petroquímica básica; minerales radioactivos…”. En
la obra Las garantías individuales y
sociales, de Olivos Campos, J. R., podemos
leer en el Artículo 10 de la Ley Federal de Competencia Económica, ley
reglamentaria del Artículo 28 constitucional, que “[…] se consideran prácticas monopólicas relativas los actos, contratos,
convenios o combinaciones cuyo objeto o efecto sea o pueda ser desplazar
indebidamente a otros agentes del mercado, impedirles sustancialmente su acceso
o establecer ventajas exclusivas a favor de una o varias personas […] En
general, todo acto que indebidamente dañe o impida el proceso de competencia y
libre concurrencia en la producción, procesamiento, distribución y
comercialización de bienes y servicios” (pág. 98).
El desarrollo de una economía moderna, eficiente y
verdaderamente competitiva, no puede basarse en estructuras arcaicas como la
descrita, que preservan el atraso, y son lesivas, tanto para los pequeños
transportistas que desean trabajar en forma independiente, y a quienes se
impide competir, como para los usuarios del servicio, sobre todo los más
pobres, quienes deben transportarse obligadamente en las unidades del
monopolio. Desde el punto de vista jurídico, en estricto acatamiento de la ley,
deben ser atendidos por el gobierno estatal los ordenamientos mencionados, para
restablecer el orden. Y es que este mecanismo salvaje no sólo frena el
desarrollo económico, sino que daña directamente la economía de las familias;
considérese que los sectores sociales más pobres gastan en transporte una parte considerable de sus ingresos (el segundo rubro del
gasto familiar después de la alimentación). Así pues, por causa de interés
social, este monopolio debe ser desarticulado, de manera efectiva, suprimiendo
todas las barreras a la entrada que ha establecido, máxime si éstas son ilegales.
Debe abrirse el acceso a más competidores, para dar paso a un mercado
socialmente menos dañino, más equilibrado, libre de excesos y con menos abusos.
Pero eso es precisamente lo que el gobierno se niega a hacer.
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